Dicen
las lenguas de algunos que en la tranquila ciudad de Northwitch sucedió el caso
más extraño que se haya dado en toda la faz de la tierra. Esto ocurrió hace al
menos quince años, pero para que podáis comprenderlo hemos de retroceder otros
cien años atrás en el tiempo.
Corría el año 1897 y las guerras eran casi inevitables. La Iglesia estaba en su
mejor momento y controlaba casi todo el poder político y administrativo. En una
de las calles principales, se encontraba una pequeña ferretería en la que
trabajaba Paul Dropp junto con su hijo Johnny, estudiante de medicina que se
pagaba la carrera trabajando en la vieja ferretería de su padre.
Johnny, a diferencia de su padre, no era creyente; pero, como la Iglesia era
tan poderosa, lo llevaba en secreto. Aun así, un día decidió contárselo a su
padre. Paul no lo podía creer. El hijo al que había cuidado desde pequeñito y
al que había educado desde el punto de vista eclesiástico ahora le estaba
destapando lo que había estado ocultando durante los últimos años. Era
demasiado tarde para intentar enderezarlo por el camino de Dios, así que lo
denunció ante la Justicia y ésta lo desterró de por vida.
Los seres humanos corrientes utilizan únicamente el diez por ciento de su
cerebro, pero, tal fue la ira de Johnny, que su cerebro despertó al completo y
le dio el poder de teletransportación, además de una mortalidad peculiar,
puesto que solo moriría en caso de aparecer en algún lugar vacío al cien por
cien.
Volvamos ahora a 1997. La ciudad de Northwitch era tranquila y nadie temía a la
muerte repentina, puesto que nadie conocía tal leyenda. En uno de los barrios
más conocidos de la ciudad, vivía Steve Cannonway, el ferretero más famoso de
la ciudad. Vivía solo en un pequeño piso del barrio puesto que, aun siendo
conocido, la ferretería no le daba dinero suficiente para una vida digamos…
cómoda. Coleccionaba cuchillos antiguos que enseñaba orgulloso a las visitas.
Continuará...
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