Todo
comenzó un trece de diciembre. En una de las casas de la periferia de la
ciudad, hubo un asesinato tras otro, tras otro... Todos apuntaban que eran unos
homicidios como cualquier otro. A excepción de que las víctimas habían sido
apuñaladas con un viejo cuchillo oxidado conocido por media ciudad. En efecto,
se trataba de uno de los cuchillos de Steve. El inspector que llevaba el caso
era firme y sin escrúpulos. Estamos hablando, por supuesto, del inspector Peter
McDonald. Tan inflexible que en ocasiones había encarcelado a gente parecida al
asesino al que buscaba y los calificaba de estafa a la justicia.
Steve
trabajaba como todos los martes. Súbitamente, una patrulla de policías de los
de entonces entró a la ferretería y se lo llevaron a comisaría. Steve estaba
anonadado: nunca antes lo había arrestado y menos por un homicidio. Era un
habitante completamente limpio y sin antecedentes penales.
El
juez lo dejó en libertad condicional por falta de pruebas, pero le puso un
escolta para las veinticuatro horas del día. Y quién iba a ser sino el
mismísimo Peter McDonald. A partir de ahí la vida de Steve comenzó a ser un
infierno. Peter inspeccionaba cada paso, cada comida, cada palabra, cada
respiración. Y le prohibía beber, salir a andar al monte, pasear por el parque
y, especialmente, visitar a amigos.
Además,
no hacía más que llamarlo asesino. Así que un día, harto de todo aquello, se
presentó en los tribunales y pidió permiso para investigar el caso. Para
sorpresa de todos, se lo concedieron y lo primero que hizo fue ir al lugar de
los hechos. Entraron en una habitación oscura y húmeda. Allí no había ninguna
muestra de ser humano ni animal y dudaba de que fuera una planta la asesina.
Con
todo ello su mente le hizo plantearse la opción paranormal. Fue donde uno de
los más ancianos de la ciudad y éste le planteó una historia de destierros y
apariciones que el anciano mismo había vivido cuando un joven llamado Johnny
había aparecido en su casa hacía ya años. Por suerte para él, aquel Johnny
Dropp al que conoció no tenía la fuerza y la experiencia que poseía ahora. En
aquel entonces el anciano se había podido defender y, ahora que había
regresado, aquel viejo canoso conocía la manera de derrotarlo o al menos de
atraparlo.
Se
trataba únicamente de hacerlo aparecer en una sala o habitación vacía con la
excepción de que un jarrón debía hallarse en la mitad exacta de la habitación.
Con todo ello y a pesar de todas las condiciones impuestas por no se sabe
quién, a Steve no le parecía una tarea tan difícil.
Continuará...
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