1 de mayo de 2013

La leyenda de Johnny Dropp (III): relato de Ekain Basterretxea


  
  Alquiló una pequeña chabola perdida en medio de un frondoso bosque que helaba los huesos a cualquiera que se acercara por aquellos lares, y que hacía que un escalofrío recorriera todas y cada una de las vértebras de la columna de todo ser vivo que se acercara por los alrededores. Por tales parajes andaba Steve mientras se dirigía a la cabaña que antes os mencioné. Comenzaba a caer la noche. Las pocas aves que se atrevían a vivir allí se escondían en los huecos más recónditos de los árboles más ocultos. Con cada crujido de una rama, con cada fino y helador silbido del viento, Steve sentía un pavoroso escalofrío. Se estremecía cada vez más; hasta los más majestuosos búhos parecían huir de él.

  Al fin, llegó a la destartalada chabola de madera. Fuera, sentados sobre unos viejos troncos de roble, se encontraban Peter McDonald y el anciano que conocía la manera de detener a Johnny Dropp. Les saludó con la cabeza sin necesidad de palabras. Todos sabían que era un momento tenso para algunos, terrorífico para otros. El saludo de Steve fue correspondido únicamente por el anciano, ya que Peter estaba henchido de orgullo y no quería malgastar palabras con alguien por el que no sentía precisamente lo que se dice aprecio. Sin más demoras, giraron el picaporte en sentido de las agujas del reloj y se dispusieron a entrar.

  Steve se adentró en la casa el primero, seguido del viejo, y por detrás de aquel entró Peter. A pesar de la planta de duro que tenía Peter, parecía el más nervioso. Aun así, no dijo nada en ningún momento. Entraron en una oscura habitación con olor a humedad. Aquel sitio había estado siempre deshabitado y su dueño lo compró en una subasta. A Steve le extrañaba el motivo de la construcción de la cabaña, puesto que se encontraba en un lugar absolutamente inhóspito.

  Dejó de reflexionar sobre esto y aquello y se puso a disposición del anciano. Éste, colocó un jarrón antiguo en el suelo y lo dejó abierto con la tapa al lado. Les pidió que abandonaran la sala. Dentro, el anciano repetía un conjuro en una lengua muerta. Decía lo siguiente:

    Um taretu taretu de namá                                                   
                               Ayour puñe janapusi 
                               Buruso ja.

  Así lo repitió unas ocho veces hasta que el suelo comenzó a temblar. Rápidamente el anciano huyó de la sala y cerró la puerta con llave y tranca. Había alguien dentro. De pronto, una mano ensangrentada atravesó la puerta y agarró la pierna del anciano. Ambos atravesaron la puerta y súbitamente se oyó un ruido ensordecedor. A continuación, el más absoluto silencio. Peter y Steve entraron en la habitación y solamente encontraron el jarrón con la tapa puesta.

  Hay quienes dicen que Johnny había arrastrado al anciano al más allá. Otros opinan que el anciano era un espectro y que por eso desapareció. Eso es lo que dicen; yo no puedo dar fe de ello, pero aquí lo hago constar en aras de la autenticidad de los hechos que se narran. Quién sabe lo que pudo ocurrir.

  Siendo yo niño, me contaron esta misma historia como la acabo de narrar. Recuerdo perfectamente esas noches heladoras de invierno en las que me encontraba solo en mi habitación, durmiendo, y que algo me desvelaba. Enseguida recordaba la historia y una imagen de Johnny me paralizaba bajo las mantas de mi mullida cama. Al día siguiente, siempre me levantaba llorando y diciendo que aquel psicópata ser venía a por mí. Aun así, siempre he querido saber que ha sido de él. Tal vez escapara y condenara al anciano a vivir por toda la eternidad en el jarrón. Puede incluso que nos encontremos a Johnny dentro de poco.

  Ya sabes, querido lector, si alguna vez viajas a Northwitch, no te recomiendo que te acerques al bosque, puesto que se dice que aún se oyen los cánticos de aquel anciano.


FIN



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