Alquiló una pequeña chabola perdida en medio de un
frondoso bosque que helaba los huesos a cualquiera que se acercara por aquellos
lares, y que hacía que un escalofrío recorriera todas y cada una de las vértebras
de la columna de todo ser vivo que se acercara por los alrededores. Por tales
parajes andaba Steve mientras se dirigía a la cabaña que antes os mencioné.
Comenzaba a caer la noche. Las pocas aves que se atrevían a vivir allí se
escondían en los huecos más recónditos de los árboles más ocultos. Con cada
crujido de una rama, con cada fino y helador silbido del viento, Steve sentía
un pavoroso escalofrío. Se estremecía cada vez más; hasta los más majestuosos
búhos parecían huir de él.
Al fin, llegó a la destartalada chabola de madera.
Fuera, sentados sobre unos viejos troncos de roble, se encontraban Peter
McDonald y el anciano que conocía la manera de detener a Johnny Dropp. Les
saludó con la cabeza sin necesidad de palabras. Todos sabían que era un momento
tenso para algunos, terrorífico para otros. El saludo de Steve fue
correspondido únicamente por el anciano, ya que Peter estaba henchido de
orgullo y no quería malgastar palabras con alguien por el que no sentía
precisamente lo que se dice aprecio. Sin más demoras, giraron el picaporte en
sentido de las agujas del reloj y se dispusieron a entrar.
Steve se adentró en la casa el primero, seguido del
viejo, y por detrás de aquel entró Peter. A pesar de la planta de duro que
tenía Peter, parecía el más nervioso. Aun así, no dijo nada en ningún momento.
Entraron en una oscura habitación con olor a humedad. Aquel sitio había estado
siempre deshabitado y su dueño lo compró en una subasta. A Steve le extrañaba
el motivo de la construcción de la cabaña, puesto que se encontraba en un lugar
absolutamente inhóspito.
Dejó de reflexionar sobre esto y aquello y se puso a
disposición del anciano. Éste, colocó un jarrón antiguo en el suelo y lo dejó
abierto con la tapa al lado. Les pidió que abandonaran la sala. Dentro, el
anciano repetía un conjuro en una lengua muerta. Decía lo siguiente:
Um taretu taretu de namá
Ayour puñe janapusi Buruso ja.
Así lo repitió unas ocho veces hasta que el suelo
comenzó a temblar. Rápidamente el anciano huyó de la sala y cerró la puerta con
llave y tranca. Había alguien dentro. De pronto, una mano ensangrentada
atravesó la puerta y agarró la pierna del anciano. Ambos atravesaron la puerta
y súbitamente se oyó un ruido ensordecedor. A continuación, el más absoluto
silencio. Peter y Steve entraron en la habitación y solamente encontraron el
jarrón con la tapa puesta.
Hay quienes dicen que Johnny había arrastrado al
anciano al más allá. Otros opinan que el anciano era un espectro y que por eso
desapareció. Eso es lo que dicen; yo no puedo dar fe de ello, pero aquí lo hago
constar en aras de la autenticidad de los hechos que se narran. Quién sabe lo
que pudo ocurrir.
Siendo yo niño, me contaron esta misma historia como
la acabo de narrar. Recuerdo perfectamente esas noches heladoras de invierno
en las que me encontraba solo en mi habitación, durmiendo, y que algo me
desvelaba. Enseguida recordaba la historia y una imagen de Johnny me
paralizaba bajo las mantas de mi mullida cama. Al día siguiente, siempre me
levantaba llorando y diciendo que aquel psicópata ser venía a por mí. Aun así,
siempre he querido saber que ha sido de él. Tal vez escapara y condenara al
anciano a vivir por toda la eternidad en el jarrón. Puede incluso que nos
encontremos a Johnny dentro de poco.
Ya sabes, querido lector, si alguna vez viajas a
Northwitch, no te recomiendo que te acerques al bosque, puesto que se dice que
aún se oyen los cánticos de aquel anciano.
FIN
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